sábado, 17 de diciembre de 2011

LA OTRA CARA DE LA REALIDAD DOMINICANA




El Ayatollah Fernández, acompañado de su ingeniero favorito, Diandino Peña, inspeccionó la segunda linea del Metro de Santo Domingo, y según sus propias palabras, quedó "perplejo y anonadado", pues sintió que había llegado al primer mundo. La megaobra, junto al corredor Duarte, no resolverán ni un ápice de los problemas que confronta el tránsito de pasajeros, pero sí ha contribuido a engrosar colosalmente fortunas personales, pues las ganancias y comisiones percibidas por sus constructores y promotores sobrepasan los 30 mil millones de pesos. Para contribuir a que Leonel Fernández no se pierda en su propia tierra ni se confunda la gimnasia con la magnesia, lo invitamos a que salga a la calle, de incógnito, disfrazado, y visite los barrios, los bateyes y zonas aledañas de los ingenios que él cerró o privatizó en su primer gobierno, para que aprecie el producto social de su malsana, inhumana, injusta, mediocre y corrupta gestión de gobierno. Como una imágen vale más que mil palabras, le dejamos al Ayatollah Fernández las imágenes del país que él ha ignorado; son los rostros de la miseria dominicana, de la personas marginadas y excluidas convertidas en las víctimas de la evasión masiva de fondos públicos que caracteriza su gobierno.


El cierre o la privatización de los ingenios del Consejo Estatal del Azúcar, otrora poderosos y espina dorsal durante décadas de nuestra economía, dejó miles de obreros y braceros sin trabajo, sumiendo en la extrema pobreza a cientos de miles de dominicanos. En algunas zonas se vive casi al borde de la inanición. Este año importamos azúcar y hasta café. Con el 20% de lo invertido en el Metro hubiéramos habilitado algunos ingenios y recuperado miles de tareas de las plantaciones de café abandonadas por falta de financiamiento.


Apenas despunta el alba; madruga la gente que por necesidad se tira del catre al primer cantío de un gallo viudo. La prole se acurruca, apretujada, disputándose el calor de la madre, que entreabre los ojos cuando el chirrido de los goznes avisaban que Luis, el proveedor, salió del bohío. El invierno en las montañas de la cordillera ha llegado antes de tiempo. Luis lo aprovecha "organizando" un "puesto de gengibre", y prepara un té picante, que según sus palabras, es capaz de revivir a un muerto.


En el Gran Santo Domingo, algunos buhoneros han llegado temprano a su esquina. Ya los chelitos del doble sueldo comenzaron a correr, y aunque la mayoría lo que hace es pagar deudas en el colmado o al prestamista, y abonar a tarjetas de crédito, los hay que apartan unos pesitos para comprar un par de gafas o alguna chucheria. La competencia se ha intensificado, pues los haitianos compiten en todos los trabajos informales, y siempre se las ingenian para ofrecer alguna novedad. Pero como la necesidad tiene cara de hereje, todos insisten en subsistir medrando en la escasez. Además, faltan pocos días para celebrar la Noche Buena, y hay que mantener la tradición.


Juan acaba de ser contratado para promover la venta de víveres. Tiene una voz potente y disfruta su trabajo, pues aunque la venta sea floja no le faltará un par de libras de yuca para la cena. Tambien venden huevos, más baratos que en los colmados y en los supermercados. Realmente todo lo venden más barato, pues tienen los plátanos a 3 pesos, mientras que en los super están a 10 pesos, y un carton de 30 huevos lo venden en 75 pesos. Si el día es bueno, Juan podría llevarse la cena y entre 125 o 150 pesos. A veces tiene que conformarse con yuca y algunos huevos, y 30 pesos para el pasaje.

Pedro tiene espíritu empresarial y le gusta ser su propio jefe. Era ayudante de albañil, pero fue desplazado cuando los obreros haitianos se adueñaron del negocio; los haitianos son preferidos por los constructores, pues trabajan por menos dinero, no descansan ni siquiera el domingo, viven y hacen todas sus necesidades en el lugar de la construcción, por lo que garantizan vigilancia gratuita 24 horas al día, y no hay que proveerles seguridad social. Para Pedro no resultó traumático perder su trabajo, pues simplemente reasumió su antiguo oficio: Brillador de Pailas.

En estos días se ha instalado en Ciudad Nueva, y es un trabajador metódico, pues recorre la zona cuadra por cuadra y casa por casa.


Realiza una labor de calidad, y es un perfeccionista, pues mientras quede una mota de tizne da "fuego y cepillo". Fuego, cepillo con cerdas metálicas y muchas ganas de ser honesto son los ingredientes que utiliza su oficio. Es un trabajador tenaz, que mantiene a sus hijos en la escuela, para evitar, según refiere, que abracen el oficio de Brilla Pailas.





























Don José ya no le quedan fuerzas para trabajos pesados; el tiempo se ha ido tragando su energía, y se le hace dificil encontrar los insumos para restaurarla. No tiene la habilidad y juventud que requieren los "buzos" que se disputan los frutos de los grandes vertederos. Su alternativa es escarbar en los zafacones y en los pequeños vertederos que improvisan los vecinos, y como el gran Santo Domingo es una gran cloaca, tiene trabajo garantizado para el resto de su vida. No obstante, le gustaría ganarse la vida como Boquete, el hijo de Diario Libre, pescando y sentadito en una silla.


Don José también fue jóven y tuvo sueños: soñaba con ser parcelero de reforma agraria en las tierras del Consejo Estatal del Azúcar, pues trabajó en uno de los ingenios cerrados durante el primer gobierno del Ayatollah Fernández, y lo incluyeron entre los que supuestamente iba a ser favorecido con una parcela.
Conversé con todos esos dominicanos humildes que todavia creen que el trabajo honesto dignifica al ser humano. Ellos están conscientes de que están gobernados por una gobierno corrupto hasta el tuétano, y que mientras los morados estén en el poder no tienen la más mínima oportunidad de cambiar su calamitosa situación.


Sólo esperan el 20 de mayo para votar en contra del PLD, y yo espero que Hipólito Mejía recupere las tierras del CEA, convierta a los braceros desplazados en propietarios y desarrolle un basto programa de reforma agraria y social, que dignifique al trabajador dominicano, reivindique a las familias que permanecen en los bateyes, sin importar nacionalidad, y que haga realidad el sueño de Don José.
Mientras tanto, dejemos que el Ayatollah Fernández salga a repartir por última vez, a los hijos de Machepa, harina de maiz, una botella de ron, un fundita de leche en polvo, cinco libras de arroz, dos libras de habichuela, una botellita de aceite, una libra de salami, hecha con despojos de tripa de pollo, y algunas chucherías. Esa es la cena de navidad que para él merecen los pobres dominicanos.

Esa nefasta y humillante práctica debe ser eliminada en el gobierno de Hipólito Mejía. En vez de poner a personas envejecientes a fatigarse detrás de una cajita con los mismos ingredientes de la comida cotidiana, lo correcto es que se duplique en el mes de diciembre el aporte de la Tarjeta de Solidaridad. ¡ Basta ya de tantas burlas y de prácticas que degradan la condición humana!

¡Feliz Navidad para la gente buena de esta tierra pródiga y tan mal administrada!

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